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domingo, 26 de abril de 2009

Pr - Darío.

Un cuento de Darío, uno de nuestros lectores. Espero les guste y, recuerden, agradecer con un post no cuesta nada!
Osama.-


El cuento a continuación nació como una obligación escolar, pero se convirtió en algo más que eso. Agradezco a la profesora que, gracias a la tácita amenaza de la nota roja, me dio el empujoncito (o más bien la patá en la raja) para retomar la prosa luego de mucho tiempo que no lo hacía. 
No se necesita más explicación que el mismo cuento, las conclusiones las saca cada uno, y mejor aun, las comentan al final. Disfrútenlo o no, ahí va. Se llama "Pr", quien no sepa porqué, averigüe el significado. Los que sepan quédense piola para no quitarle el suspenso, OK????? jajaj...


Un nuevo elemento provocaba gran curiosidad dentro de la comunidad. Esta vez se trataba de algo más especial que lo comúnmente descubierto, algo que al parecer era de mucha utilidad, o al menos su potencia y luminosidad irradiaba una sensación de sobrenaturalidad, de particular belleza, y sin duda, de maravillosa riqueza. Los primeros rastros de este inentendible fenómeno desaparecieron instantáneamente, y no dejaron rastro mayor que un ennegrecimiento de la madera en la que se formó, cuando un rayo caído del cielo quebró un árbol, que cayó estruendosamente sobre el piso, y del que mágicamente nació esta rareza. Su rojo y vivo color, feroz como el rugido de un león, fue paulatinamente extinguiéndose mientras con asombro y angustiosa desesperación los primitivos observaban su frágil danza convertirse poco a poco en parte de la nada. Algunos no soportaron la idea de no volver a verla, y se lanzaron a su rescate, cayendo sobre el tronco seco y ahora carbonizado, y haciéndola desaparecer con sus gordos cuerpos. El resto observó a los egoístas que se habían tragado al "animal rojo", reaccionando con gritos y ofensas ante tan desagradable escena.
Todos querían ver y sentir el calor de esta particular especie de espíritu, que danzaba y entibiaba a su alrededor, como un precioso ser que encantaba a todos quienes lo rodeaban.
Entonces, un viejo extraño y antipático, al que en su lengua le llamaban Hombre Solo, y quien se pasaba los días escondido en su cueva tras unos árboles y ahuyentaba a los que se le acercaban, descubrió que este ser, que él clasificó como "rojo chispeante", por las chispas que saltan al quemar la leña, nacía, moría y renacía solo sobre la madera caída en el suelo, según sus observaciones de los árboles derrumbados por rayos cuando había tormenta. Así, cada día de tormenta esperó sentado frente a los árboles, incluso cuando llovía torrencialmente, cubierto por pieles y hojas, para apoderarse de ese "rojo chispeante" y preservarlo dentro de su guarida, como el mayor tesoro de su vida. Lo alimentaría con troncos y ramas, lo único que requería para su conservación, y podría admirarlo día tras día, descubrir nuevas formas de fabricarlo, de reproducirlo y crear "rojos chispeantes" por todos lados, y aprender a moldearlo, a trabajarlo... ¡talvez cuántas cosas podrían crearse con este recurso, tan vivo, tan fuerte, tan poderoso y maravilloso!
Semana tras semana, tormenta tras tormenta, Hombre Solo esperaba pacientemente, completamente empapado, temblando de frío y en las más extremas condiciones, expectante a que naciera el deseado fenómeno. Pasó lluvias, pasó vientos que casi lo arrancaban del piso, permaneció medio día de pié y medio día sentado desplazando la mirada desde las espesas nubes negras hacia los árboles, y desde los árboles hacia las espesas nubes negras. Bloqueaba su mente para disponer su vida a tener una muestra en su guarida, y conservarla para su estudio permanente. Ya no le interesaba la gente, ya no le interesaban los hombres, tampoco las mujeres, ni los inocentes niños y niñas que iban a molestarlo para escapar de sus gruñidos y piedrazos desesperados. No quería ver a nadie ni a nada más que a su "rojo chispeante". A su hirviente, sutil, magnífico y perfecto "rojo chispeante". Nada más podía importar. Solo su calor, su poder y belleza, superaban la necesidad de vivir. Ahora exclusivamente necesitaba obtenerlo, y luego podría morir en paz.
De forma inesperada, un día de sol ardiente y extremadamente caluroso, mientras Hombre Solo pintaba con frutos rojos las paredes del refugio, un sonido que él conocía le hizo detenerse bruscamente. Sorprendido miró hacia atrás, y percibió que desde el piso cubierto de hojas, al que llegaban los rayos de sol sin la protección de los árboles, un hilo de humo iba surgiendo, acompañado de chispazos intermitentes. Luego el humo se hacía mayor, y de pronto percibió que desde este nacía, junto a toda su majestuosidad, un danzante y minúsculo "rojo chispeante". El corazón le latió más rápido, y sintió la emoción de encontrar a su anhelado tesoro formándose en frente suyo. Con cuidado de detener su crecimiento, pasó por el costado y buscó unas ramas pequeñas para darle de comer y aumentar su tamaño. Arrojándolas encima, la llama fue apoderándose del combustible que le entregaban, y tomando terreno junto a las hojas secas, la madera, y el sol hirviente que destellaba a lo lejos. El viejo saltó de alegría cuando notó que su tesoro, con mayor facilidad que nunca, iba retroalimentándose con la superficie de la que brotaba, y sin demasiada ayuda multiplicaba su cuerpo al doble, al triple, cinco, seis, ocho, diez veces mayor de lo que fue en un comienzo. En pocos minutos, una llamarada más grande que el propio primitivo se iba concentrando fuertemente, chispeando como su nombre decía, enrojeciéndose furiosamente, desatando toda su ira y alimentándose de cada rama, hoja y madera que la acompañaba, y que tanto abundaba en ese lugar. El viejo Hombre Solo daba saltos de emoción alrededor de la bola de fuego que seguía creciendo, queriendo explotar de alegría ante el sueño hecho realidad. El calor le quemaba las pestañas, pero a el no le importaba. Daba un brinco hacia atrás y luego continuaba con su danza alrededor de la flameante figura que no se detenía, abominable, indestructible. Pronto no solo abarcaba ramas y hojas, sino que ya se apoderaba de algunos árboles y arbustos. Hombre Solo quería llorar, descontroladamente, y abrazar su tesoro inclinándose ante él. La viveza del "rojo chispeante" seguía abriéndose paso, a la par que lo arrinconaba hacia la pequeña concavidad en las rocas, que ocupaba como refugio. Las chispas le saltaban en el cuerpo, y aunque le dolían, la felicidad podía ganarle a las terminaciones nerviosas que le avisaban al cerebro del peligro al que se enfrentaba. Es que no podía soportar tanta dicha que lo sobrepasaba. Ante él, un monstruo que siempre quiso crear se retorcía demencialmente, como una fiera rabiosa, arrestando con sus tentáculos flameantes lo que merecía ser consumido ante la subestimación de su poder. Sin embargo, el cerebro no es más mágico que sus intocables márgenes biológicos. De golpe, el orgullo que le hervía la sangre se tornaba fuego calcinándole los brazos, y tres pasos hacia atrás toparon con los talones el fin de la concavidad en la roca. No había adelante, no había atrás. Solo llamas, solo fuego, un radiante sol de verano, y el soplido del viento oxigenando el incendio en la comunidad.

Darío.

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